El planeta rojo by Charles L. Fontenay

El planeta rojo by Charles L. Fontenay

autor:Charles L. Fontenay [Fontenay, Charles L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1962-10-15T00:00:00+00:00


X

Happy Thurbelow acabó de barrer las largas barracas y se apoyó cansadamente en su escoba. Es decir, no se apoyó en ella, pues entonces se habría caído al suelo, sino que inició el ademán. ¿Por qué, se preguntaba, no querían los Amos que los Duros barriesen sus propios barracones? Quizá era imposible obligar a los Duros o quizá los Amos hacían aquello por un exceso de crueldad.

El cuerpo monstruosamente hinchado de Happy retemblaba y la piel se le ponía peligrosamente seca y tirante. Happy era tan adiposo, que sus manos abrazaban la escoba como si se tratase de un palillo de dientes; bajo la transparente piel, su carne era clara y translúcida y podían verse en ella las diminutas líneas rojas de las venas ramificadas. Happy era como una gibia en inmensa forma humana.

—¡Shadow! —gritó con voz alta y rasposa—. Voy abajo.

Shadow apareció de una manera desconcertante a unos tres metros de distancia. El moreno Shadow lo miró silenciosamente con sus ojos ribeteados de blanco. Luego dio media vuelta y desapareció como sólo Shadow podía hacerlo.

Después de soltar la escoba, Happy fue hasta la reja de hierro que impedía la entrada a una rampa descendente. Apretó un botón que había junto a la reja y aguardó.

Miró por la ventana que había al lado de la reja. Las arenas del desierto de Candor se extendían anaranjadas y azulencas bajo el cielo de bronce. En alguna parte hacia el Sur, después de aquellas arenas, bajo aquel cielo, se alzaba la brillante cúpula de Ofir.

La ventana podría romperse con la mayor facilidad y era lo bastante grande para dejar paso incluso al voluminoso cuerpo de Happy. Pero el aire de Marte, tan escaso de oxígeno, le quemaría los pulmones y le produciría la muerte si no llevaba un casco; y aunque no muriese así, la piel de Happy se secaría y rompería a las pocas horas de verse expuesta al aire exterior y él moriría con una agonía lenta.

—¿Para qué has llamado? —preguntó una voz impersonal desde el altavoz que estaba junto a la puerta enrejada.

—He acabado mi tarea, Amo —dijo Happy, jadeando un poco—. Ruego a usía que me deje bajar.

El altavoz no dijo nada más, pero al cabo de pocos momentos la reja chirrió y subió metiéndose en el techo. Happy pasó complacido y empezó a bajar por la suave cuesta de la rampa. La reja descendió tras él.

Happy no sabía si Shadow había venido o no con él por la reja abierta, pero aquello no importaba. Shadow podía deslizarse fácilmente entre los barrotes siempre que lo deseara.

Al pie de la rampa había una amplia y baja caverna que se extendía, perdiéndose de vista, en todas direcciones. Estaba en penumbra, sumiéndose entre sombras en la oscuridad de la distancia. Su suelo era agua, agua estancada subdividida en grandes tinas rectangulares. En la mayoría de las tinas crecían vegetales en diversos estadios de desarrollo, verdeciendo bajo los rayos ultravioletas que llegaban del techo bajo. Entre los estanques, corrían rectos y estrechos pasillos de tierra apisonada.



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